En China, en los últimos años de Mao, cometía traición a la patria quien se atreviera a comprobar que la realidad era como era, y no como el Partido mandaba que fuese.
Pero en otros tiempos, Mao no había sido el que terminó siendo. Cuando tenía veintipocos años, él proponía una síntesis de Lao Tsé y Carlos Marx, y se atrevía a formularla así: La imaginación es pensamiento, el presente es pasado y futuro, lo pequeño es grande, lo masculino es femenino, muchos son uno y el cambio es permanencia.
Por entonces, había sesenta comunistas en toda China.
Cuarenta años después, la revolución había conquistado el poder, con Mao a la cabeza. Ya no había mujeres caminando a duras penas con sus pies atrofiados por mandato de una tradición atroz, ni parques donde los carteles advertían:Prohibida la entrada a chinos y perros
La revolución estaba cambiando la vida de la cuarta parte de la humanidad y Mao no ocultaba sus divergencias con las costumbres heredadas de Stalin, para quien las contradicciones no eran pruebas de vida ni vientos de historia, sino molestias que sólo existían para ser eliminadas.
Mao decía:
—La disciplina que asfixia la creatividad y la iniciativa debe ser abolida.
Y decía:
—El miedo no es solución. Cuanto más asustado estés, más fantasmas vendrán a visitarte.
Y lanzó la consigna:
—Que cien flores florezcan, que se enfrenten cien escuelas de pensamiento.
Pero poco duró la floración.
En 1957, el Gran Timonel puso en práctica su Gran Salto Adelante, y anunció que muy pronto la economía china iba a humillar a las economías más ricas del mundo. A partir de entonces, la divergencia y la duda fueron prohibidas. Era obligatorio creer en los números que los burócratas mentían para no perder el empleo o la vida.
Mao sólo escuchaba los ecos de su voz, que le decían lo que quería escuchar. El Gran Salto Adelante saltó al vacío.
Tomado de Eduardo Galeano (2008) Espejos. Una historia casi universal. Págs. 300 -301
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