José Ramos Bosmediano
A los trabajadores peruanos y del mundo, por su unidad y su lucha para conquistar un mundo nuevo, mi saludo en este nuevo primero de mayo)
Desde Madrid, desde su madre
patria y muy cerquita al monarca matador de inofensivos elefantes, Mario
Vargas Llosa despacha para la prensa
adicta al capitalismo neoliberal un artículo de queja contra la nacionalización
del 51% de la transnacional española REPSOL-YPF por el gobierno argentino; y de
un catastrófico pronóstico para esa nación latinoamericana, provocado por el
“atrevimiento” de tocar los grandes intereses del gran capital (“La guerra
perdida”, en La República de Lima, domingo 22/04/2012, p. 7). Usando los mismos argumentos, en la edición
del mismo diario (La República, 01/05/2012, p. 12), el Embajador de España en el
Perú, Juan Carlos Sánchez Alonso no solamente arremete contra el gobierno de
Cristina Fernández, sino que hace un panegírico a la monarquía española, tan
feliz y ricachona mientras sus súbditos deben soportar el “paquetazo”
empobrecedor del gobierno ultrarreaccionario del Partido Popular. Por algo el actual Rey de España es uno de
los hombres más ricos de su país, como para
preguntar de dónde obtiene tanto dinero la clase ociosa.
Hace tiempo que Vargas Llosa
combina la literatura con la prédica política.
En el primer campo de su actividad acaba de publicar un nuevo libro, un
conjunto de ensayos con el título “La civilización del espectáculo”, texto cuya
idea central es el rechazo a toda expresión cultural que no se adecúe a los
moldes clásicos, confundiendo los mecanismos de diversión embrutecedora que pone
en juego el neoliberalismo, que tanto defiende, de aquellas manifestaciones de
arte y cultura que nacen de y calan en el espíritu de los pueblos como
expresiones de su fuerza vital y se extienden como herencia cultural. En el área de la política, que incluye la
economía y la administración del Estado, no hay ocasión en la que el reciente
Premio Nobel de Literatura deje de expresar su rechazo a toda manifestación
reivindicativa de la nación, de la economía nacional y del Estado que haga valer
sus fueros frente al dominio abusivo de la globalización neoliberal actual. Todos los gobernantes que tratan de buscar
una nueva opción para el desarrollo con igualdad y justicia para sus pueblos,
son objeto de su iracundo ataque desde su óptica extremadamente dogmática y
fundamentalista neoliberal: con los estados, nada; con los privados y poderosos,
todo.
¿Todo es
populismo?
Según los singulares
conocimientos de economía política del señor Mario Vargas Llosa, que el Estado
mantenga bajo su administración una parte significativa de de una o más
empresas, es simplemente “populismo”. Y
lo que es peor: esa propiedad nacional le lleva, inexorablemente, “al abismo”,
como afirma en el primer párrafo de su artículo refiriéndose al acto nacionalista de la actual
administración argentina.
La concepción errónea, por
interesada, sobre el fenómeno populista en el siglo XX, ha sido –y sigue siendo-
un lugar común para los economistas y políticos neoliberales, para quienes el
Estado no debe mantener bajo su control ni un centavo de la economía que se
mueve en el país. Tampoco debe otorgar a los trabajadores sus derechos, pues el
mercado es “el mejor” instrumento para “asignar los recursos financieros”, los
ingresos de las personas, y vaya, la felicidad de todos. Ni qué decir sobre los servicios públicos:
cada cual debe comprar en el libre mercado su educación, su salud, su seguridad
social. Lo que Rajoy está haciendo con
la economía española actual, lo que Fujimori hizo en la década del 90 en el
Perú, etc. , etc. y todos los etcéteras neoliberales que ya conocemos –y
sufrimos- no son sino los más hermosos signos de nuestro tiempo que debemos honrar sin abrir la boca.
El término populismo fue
utilizado para señalar el conjunto de concesiones que ciertos regímenes
latinoamericanos hacían a los pueblos en materia social para frenar el
descontento de las masas y evitar el estallido de procesos revolucionarios. Getulio Vargas en Brasil o Perón en
Argentina, solo para mencionar dos ejemplos de nuestra América, desarrollaron
políticas populistas, pues su objetivo no era lograr un orden nuevo ni
reivindicar a las masas, sino contener la lucha de estas en circunstancias de
flujo de esa lucha.
Los neoliberales, en cambio, sí
utilizan el populismo hasta convertir sus “políticas sociales” en puro
asistencialismo y clientelismo político, como lo hizo Fujimori, entre otros, y
lo tenía que hacer, de ganar las elecciones en el año 1990, Mario Vargas Llosa. El populismo neoliberal se diferencia del
anterior populismo por el desmantelamiento del Estado y la entrega del control
de la economía y los servicios al sector privado a efecto de que este
multiplique su tasa de ganancia. De
manera que el verdadero populista –neopopulista- es Mario Vargas Llosa porque asigna a los
grandes empresarios privados, dueños absolutos de lo que antes fue del Estado,
en los benefactores que financian los servicios que requiere la población, cual
nuevos filántropos que entregan parte de sus ganancias para procurar “bienestar”, tal como conciben los
neoliberales peruanos el papel de la Newmont-Yanacocha en Cajamarca a cambio de
la destrucción de la cabecera de cuenca Conga. No es ajena al populismo la
financiación de obras locales y donaciones por las transnacionales y por ciertos
monopolios nacionales, con la denominación de “responsabilidad social”, nueva
forma sofisticada de mantener su dominio neocolonial.
Don Mario Vargas Llosa prefiere
que todas las transnacionales sigan operando sin el control del Estado, ni
siquiera del Estado liberal de la Argentina actual. Para este escritor convertido en predicador
neoliberal la libertad de empresa es el sumun de la libertad humana, sin la cual
no puede haber libertad de pensamiento, quedándose encharcado en el más vulgar
economicismo. Sin los grandes
empresarios de la prensa no hay libertad de expresión.
Las mentiras y omisiones de
Mario Vargas Llosa
Como si desconociese la
historia reciente de Argentina, Vargas Llosa se atreve a decir que los grandes logros de la Argentina
en educación habían sido destruidos por las políticas de Perón. Lo que ha ocurrido con la educación argentina
se produjo durante la aplicación de las políticas neoliberales de Saúl Menem en
la década de 1990, precedidas por el proceso de la dictadura sangrienta de los
generales asesinos que llevaron a su país, irresponsablemente, a una guerra con
Inglaterra, conociendo que la correlación de fuerzas no le era favorable frente
a una potencia apoyada, además, por EE.UU. y por la dictadura de Pinochet.
Siendo la recuperación de Las Malvinas un derecho y una necesidad histórica
para la patria de Ernesto Sábato, lo
buscaba esa dictadura era demagógica y
de encubrimiento de sus asesinatos. ¿No
se conoce, acaso, que las políticas neoliberales aplicadas por Menem
desembocaron en la crisis financiera y de corrupción de los años 2000-2001? Elemental, mi querido Watson.
Durante su largo período neoliberal (década
del 90 del siglo XX) Saúl Menen desarmó la escuela pública argentina, la
municipalizó y privatizó, desmanteló los derechos de los maestros y disminuyó el
presupuesto educativo a su mínima expresión en un país donde la cultura y la
educación se había desarrollado sobre la base de la educación pública, aspecto
central que Vargas Llosa no puede señalar porque su posición política
privatizadora lo impide.
Al contrario de lo que dice
este escritor, ha sido el nuevo régimen bajo las presidencias, respectivamente,
de Héctor Kirchner y de su esposa, las administraciones que han venido
recuperando el papel de la educación pública, de su presupuesto y de los
derechos de los maestros argentinos, cuya lucha fue coronada con la instalación
de la Carpa Blanca de la Dignidad, espacio sindical, cultural y político que,
entre 1997 y 1999, se convirtió en el símbolo de la lucha por una nueva
educación en Argentina, lugar que Ernesto Sábato y muchos otros intelectuales
visitaron constantemente para expresar su solidaridad con la Confederación de
Trabajadores en la Educación de Argentina (CETERA) y de oposición al programa neoliberal de
Menem, conducta digna que Mario Vargas
Llosa en ningún momento podría exhibir.
Por supuesto que esa política educativa actual no podría haberse adoptado
sin una política económica que, sin salirse del capitalismo, reivindique el
papel del Estado para redistribuir los excedentes hacia los servicios sociales
que el neoliberalismo había desmantelado, como ha ocurrido –y viene
manteniéndose- en el Perú.
La otra mentira que desliza
Vargas Llosa es casi a pedido de la REPSOL, al afirmar que el gobierno argentino
pretende debilitar a la transnacional para después comprarle sus activos “a
precio de saldo”. Ni el gobierno del
presidente Chávez, ni el de Evo Morales, han nacionalizado parte de los activos
de las transnacionales para liquidarlas.
Vargas Llosa esconde el hecho de que las empresas intervenidas siguen en
esos países usando su derecho a seguir ganando con sus inversiones, pero ganando
menos, pues el Estado no puede ser un simple mendigo que reciba casi propinas de
las transnacionales. La REPSOL no saldrá
de Argentina porque ni en su país de origen podrá sobrevivir si no sigue
invirtiendo en otros. Vargas Llosa y
otros neoliberales de nuestro país se han convertido en los altoparlantes de esa
transnacional y de los gritos del
presidente Rajoy que hoy exprime al pueblo y a los trabajadores
españoles, destruye los servicios públicos de educación y salud para mantener
los privilegios de unos cuantos ricos y de esa obsoleta monarquía que, en medio
de las penurias de “su pueblo”, se da el lujo de un safari propio de los tiempos
del viejo colonialismo en África.
El empobrecimiento generalizado
del pueblo argentino coincidió, precisamente,
con el régimen menemista, como también ocurrió en el Perú durante el
fujimontesinismo, en Bolivia con Sánchez de Lozada, en México a partir de Salinas de Gortari, en Brasil con los
neoliberales Collor de Mello y Henrique Cardozo, en Venezuela con el ya
fallecido Carlos Andrés Pérez, y así, en Costa Rica desde la introducción del
programa neoliberal bajo la administración del ex presidente Arias, etc.
Parece que la nutrida biblioteca de Mario Vargas Llosa carece de algunos
textos de la historia económica y política de nuestra América de las últimas
décadas. Esta misma desinformación
aplica al caso de la Venezuela actual bajo la presidencia del comandante Hugo
Chávez Frías.
Otra mentira de Vargas Llosa se
refiere a la supuesta falta de respeto a
los contratos por la presidenta Cristina de Kirchner, que repite también el
Embajador Sánchez Alonso. Quien ha
incumplido los términos del contrato es, precisamente, REPSOL-YPF,al no invertir
y reinvertir los montos pactados para la expansión de la exploración y
explotación de hidrocarburos, poniendo en riesgo la capacidad energética de ese
país. Sin informarse, u omitiendo la
realidad, Vargas Llosa simplemente engaña con la impunidad de un escribidor
irresponsable.
Pero donde llega al paroxismo
de la mentira es cuando señala que los problemas de Argentina y de América
Latina no se deben al colonialismo, ni al capitalismo, sino solamente al
caudillismo, al populismo, al nacionalismo, al fascismo, al patriotismo y “a
todos los ismos”, pero menos al neoliberalismo, el credo y el hábitat cultural
del escritor peruano-español. Esta
manera de mezclar categorías en un solo concepto de “causas” históricas es
propio de quien confunde la ficción con la ciencia, la imaginación artística con
la imaginación puesta al servicio del descubrimiento de la leyes del desarrollo
social de los pueblos.
El apocalipsis de Mario
Vargas Llosa
La política y la economía
política son ciencias y tienen como objeto de estudio, respectivamente, la lucha
por el poder y la administración del Estado desde ese poder, y el proceso de la
producción en un sistema económico determinado. Sin obviar los elementos subjetivos que
intervienen en el análisis e interpretación de los hechos (intereses y posición
de clase, credos religiosos, principalmente),
la objetividad constituye la condición sine qua non para no cometer
errores o cometerlos mínimamente. La
pasión por la defensa del libre mercado y su expresión neoliberal actual
obnubila a Mario Vargas Llosa y le lleva a predecir, en el caso actual de
Argentina, una derrota irremediable por haber nacionalizado parte de las
acciones de la YPF. Dice textualmente:
“A Argentina le van a llover las demandas de reparación ante todas las cortes e
instituciones de comercio internacional y sus relaciones no solo con España sino
con la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial,
etcétera, se han vuelto ahora conflictivas”.
Claro que sí, para eso las transnacionales han creado el CIADI, organismo
con sede en EE.UU. y que se da el lujo de no respetar la legislación de los
países. Pero esos juicios, como los que
enfrenta el gobierno del comandante Chávez Frías, no llevarán a la Argentina “al
abismo”, como sentencia Vargas Llosa. Y
si REPSOL, resentida y encolerizada como está, sale de Argentina, esta nación no
perecerá. Al contrario, sabrá remontar
todos los problemas que se le presenten, con su pueblo y sus dirigentes más
preclaros.
Ese anunciado apocalipsis no
viene ocurriendo en otros países donde sus respectivos gobiernos han procedido
con patriotismo, palabra y concepto que para Vargas Llosa no tienen sentido con
la globalización neoliberal que tanto adora y defiende. No recuerda que Estados Unidos se formó como
nación reivindicando su derecho a administrar sus propias riquezas (su té, en el
siglo XVIII) , y que hoy, autodenominándose guardián de la libertad y la
democracia en el mundo, niega a los pueblos oprimidos por el capitalismo
imperialista su derecho a emanciparse.
Hasta Sarkozy, fiel defensor de la economía neoliberal, trata de ser,
como candidato reeleccionista, defensor del derecho de Francia a seguir siendo
una nación frente a la “camisa de fuerza” de la Unión Europea.
Mario Vargas Llosa califica
como “anacrónico” al actual gobierno de Argentina por no defender los intereses
de los grandes capitalistas. Pero se
siente muy bien en los países
monárquicos (Inglaterra, España), regímenes políticos de real anacronismo
histórico. Su conservadurismo le lleva a
escribir inexactitudes flagrantes.
Argentina no llegará al
apocalipsis. Su pueblo es
suficientemente valeroso y sabio para conquistar sus derechos nacionales y
avanzar hacia una alternativa independiente y de justicia social.
Lima, primero de mayo del 2012
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