Gaby Cevasco Farfán
Llama la atención que las iglesias en América Latina hayan hecho suyo un término que surgió en el seno del protestantismo radical en los Estados Unidos, y lo hayan hecho suyo sin mayor reflexión. La “ideología de género” no existe. Lo que existe es el concepto de género, y vamos a ver brevemente su proceso de desarrollo para una mayor comprensión:
La antropóloga estadounidense Margaret Mead fue la primera en utilizar el concepto género, pero de una manera ambigua, cuando señala en un estudio sobre los sexos (1949) que al comparar cómo las distintas sociedades han dramatizado la diferencia sexual, es posible ampliar el conocimiento sobre cuáles elementos son construcciones sociales y cuáles “hechos biológicos de sexo-género”.
En 1949, la filósofa francesa Simone de Beauvoir publica El segundo sexo, texto en el que emplea la famosa frase: “no se nace mujer, se hace”; es decir, que los roles de género no son naturales, sino que se aprenden.
En 1959, el psiquiatra de Estados Unidos, Robert Stoller, va a utilizar por primera vez el término “identidad de género”, en un congreso de psicoanalistas en Estocolmo, en el que señala que sexo se referiría a las partes biológicas que determinan si uno es varón o mujer; la palabra sexual se referiría a la anatomía y la fisiología; y el género se referiría a la conducta, los sentimientos y fantasías que, aunque estén relacionados con los sexos, no tienen connotaciones básicamente biológicas. De esta forma le atribuía a género connotaciones psicológicas (Verena Stolke, “La mujer es puro cuento: la cultura del género”, 2004).
En la década 1970, las feministas socialistas inglesas introdujeron el concepto de género para contrarrestar los determinismos biológicos que justificaban y legitimaban la dominación masculina. Sostuvieron que las causas de la opresión no estaban en las mujeres, sino en el poder que los hombres ejercían a través de un entramado de relaciones políticas (Stolke).
Hoy en día, con el desarrollo de los estudios sobre las mujeres en el campo académico y científico, cómo se puede definir género. Para Marcela Lagarde, por un lado, es una teoría relativa al conjunto de fenómenos históricos construidos en torno al sexo y, por otro, es una categoría de análisis para el estudio de las relaciones entre hombres y mujeres en una sociedad determinada, relaciones que históricamente han sido de desigualdad para las mujeres. Es decir, el género hace referencia a relaciones de poder.
A partir del género nace lo que es el enfoque de género, que es un concepto que permite, desde una perspectiva diferenciada, analizar las condiciones y posiciones del ser humano (hombres, mujeres, homosexuales) en la sociedad; pero también analiza las relaciones intragenéricas, es decir, entre personas del mismo género.
El género diferencia y especifica roles, necesidades, demandas y da a cada uno/a un lugar en los procesos de desarrollo con igualdad; de manera de garantizar para todas/os los beneficios de este desarrollo. Analiza las instituciones públicas y privadas, pues estas son las que formalizan y norman el sistema de género y construyen consensos al interior del mismo.
Es decir, el enfoque de género es necesario en todo estudio, junto a otras categorías de análisis como la clase, la raza, la etnia, la edad, la geografía, etc.
El enfoque de género se propone transformar la posición de desigualdad y subordinación de las mujeres con respecto a los hombres en todos los campos de la vida. Esto obliga abordar las condiciones en que viven en la salud, educación, niveles de ingreso, vivienda, acceso a servicios, a los bienes de producción, y se propone fortalecerlas a nivel psicológico, social y político, tanto de manera individual como colectiva.
Por consiguiente, el enfoque de género es fundamental en la educación sexual integral, pues busca relaciones de respeto y de equidad entre hombres y mujeres. Una expresión de desigualdad de género es la violencia contra las mujeres, la violencia sexual (el Perú ocupa el primer lugar en denuncias por violación en América Latina), el embarazo adolescente, las enfermedades de transmisión sexual (se ha reducido la edad en que se adquiere, por ejemplo, el VIH-Sida), la homofobia (odio a los homosexuales).
Es decir, lo que busca la educación sexual es que las/os estudiantes internalicen desde pequeños que hombres y mujeres tienen los mismos derechos; conozcan las etapas de su vida y el desarrollo de sus cuerpos; que la sexualidad es parte de la vida, pero que hay que asumirla con responsabilidad para evitar los embarazos no deseados y las enfermedades; que la homosexualidad es una característica en el ser humano (incluso entre los animales), que no es una enfermedad ni se puede instar que se opte por voluntad, y que debemos respeto a las personas con estos rasgos.
En este objetivo, las/os docentes tienen la obligación de trabajar la educación sexual integral con seriedad, con información científica y laica. Y para realizar un trabajo serio, es necesario que se informen. Aparte de la guía del Ministerio de Educación, existen muchos recursos en internet de organismos de la ONU, de instituciones especializadas nacionales como internacionales, etc.
No permitan que la desinformación distorsione un tema que es muy importante en el desarrollo saludable físico y mental de sus alumnas/os, y que es esencial para el acceso a la justicia. Como maestras/os y como en toda profesión es necesario una formación continua y transmitir a niñas, niños y jóvenes que el conocimiento de sus cuerpos y sus derechos los va a hacer más libres, más responsables y los ayudará a transitar por el camino de la realización personal sin aquellos obstáculos que son consecuencia de la falta de una educación sexual integral.
FUENTE: TAREA
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