sábado, 30 de julio de 2011

TRIUNFO DE OLLANTA, LA ILUSIÓN Y LA REALIDAD

Por: Manuel Guerra
Los resultados de las elecciones del 5 de junio pueden calificarse de históricos, independientemente del camino que transite el nuevo gobierno. Como ya se ha dicho, representan la primera derrota electoral sufrida por la derecha cavernaria a manos de un conglomerado progresista, democrático, de izquierda, con participación de sectores de la derecha liberal. Se abren así posibilidades de cambio, profundización de la democracia, mayor atención a las demandas sociales, lucha contra la corrupción y una política internacional con mayor independencia y soberanía, no alineada con el eje pro norteamericano en la región.
El problema de fondo, sin embargo, sigue siendo la posición frente al modelo económico neoliberal que empezó a aplicarse en nuestro país desde los 90. Sus efectos han sido desastrosos en todo el mundo, generando graves conflictos sociales, medioambientales, crisis económica, energética, alimentaria, de valores, y, como corolario de todo esto, inestabilidad política, al punto que el propio Banco Mundial ha recomendado que se preste mayor atención a las demandas sociales, sin cambiar la esencia del modelo, en la línea de lo que la socialdemocracia europea llama “la tercera vía”.
Pues bien, conforme lo señalamos en artículos anteriores, durante la campaña la derecha presionó y consiguió que el candidato Ollanta Humala renuncie a aspectos medulares de su programa inicial, pues de otro modo no hubiera conseguido el apoyo del toledismo y personajes como Mario Vargas Llosa, piezas importantes en la victoria conseguida. A esta articulación electoral, posible además porque al frente se tenía el fantasma del retorno del fujimorismo, se ha denominado “Concertación”, cuya continuidad representa el factor de estabilidad política para el nuevo gobierno.
Si bien el respaldo de sectores de la derecha liberal contribuyó al triunfo electoral de Gana Perú, lo cierto es que resultó decisiva la movilización popular, tanto urbana como rural, cuyas manifestaciones de izquierda, democráticas, antimperialistas, movimientos contra la corrupción, defensores de derechos humanos, ecologistas, femenios, juveniles, sindicales, entre otras, se movilizaron activamente con enorme iniciativa y creatividad, jugando un rol destacado los pueblos de las regiones del interior, cuyas expectativas de cambio encontraron en la candidatura de Ollanta Humala un canal de expresión. El nuevo gobierno se encuentra así ante la difícil situación de satisfacer las grandes expectativas que los sectores populares han depositado en su gestión, a la vez que mantener tranquilos a los grandes empresarios que no quieren ver afectados sus intereses y que se han revelado en celosos guardianes del modelo neoliberal. Hasta hoy Ollanta se ha comprometido con mantener el modelo económico con el agregado de la inclusión social, que aun no se sabe cómo va a resultar. Por lo pronto las presiones han venido y vienen del lado de la derecha.
Aun es prematuro advertir el rumbo que tomará el nuevo gobierno, asunto que se resolverá de acuerdo a quién ejerza la hegemonía de este proceso. La derecha sin duda ejercerá toda su presión para torcerlo de acuerdo a sus intereses, y corresponde a los sectores populares actuar para que ello no suceda, respaldando al nuevo gobierno y exigiendo que lleve a cabo el conjunto de reformas planteadas a favor del país y las grandes mayorías. Sería imprudente empezar a confrontar con el nuevo gobierno y exigirle resultados inmediatos. Pero asimismo sería inadecuado jugar un rol pasivo, esperar con los brazos cruzados mientras la derecha se mueve sin tregua. El escenario que se ha abierto en el país es inédito, complicado, y es necesario abordarlo con prudencia. Como ya anticipamos, la contradicción entre cambio democrático y patriótico versus continuismo neoliberal no ha desaparecido, lo que sucede es que en el presente se expresará bajo otras formas y exigirá por parte de la izquierda un manejo táctico flexible en el marco de una visión estratégica de conjunto y de largo plazo. Partir de la realidad, no de los deseos, prejuicios o ilusiones, sigue siendo un principio al que debemos aferrarnos.

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